
Bendito tu perfume que me hace volver a casa,
y me deja rastros de lo que perdí,
bendita la boca tuya que no dice mi nombre
que se esconde sabiendo lo que pasa,
bendita la promesa de no dejarme nunca cuando ya no estás
y tu suave timbre de voz despidiéndose,
bendito el veneno de los labios que me das
cuando busca refugio en la humedad,
bendita la pijama que frustra mi morbo
y la falda que carpa para mis dedos ,
bendita la sal que se nos cayó de la piel
y la embestida de silencio de los celos
bendito el milagro esperado del amanecer,
el pan que rezo antes de comer,
dejándote en tu mesa de noche una rosa,
excúsame si te hago envejecer,
pero urge llenar el papel
de palabras que sólo dicen una cosa.
Petrus.
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