
Ojeras de tortuga que madrugan
en busca de títulos que iniciaban
sorpresa y desarrollo,
bastardo de la censura,
plaga de la cordura
que se contagian con pluma de arroyo,
pavura que se desbordaba
sin dejar espacio al saldo
que le tenías al cristiano redundante;
un libro no bastaba
para mantenerte sano y salvo
en este mundo de ingenuos y atorrantes;
aclamado por tus detractores
que patinan por las barbas de la prensa
y a excomulgarte con honores
ante el Papa saturado de protestas;
te dormiste sin anotarlo
un año tan polémico
que hasta los años bélicos
los pasaste sin notarlo,
alupando tu mirada
en las cansadas gafas de resina
cada verano cambiabas de vecina,
y tus testigos se piraban,
razón de Nobel, tu brillantez,
espada filosa de carroña y talento,
residente en islas de sensatez
con las olas mancas,
en la laguna oscura de la imaginación,
aromas una ventana con ron
perdido de las cartas de madrugada,
y se pide una última promesa
de duplicarse sin delicadeza
e irse durmiendo sin decir nada.
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